Aventura en Bici por la Selva Negra
Nuestro diario de ruta familiar, un viaje inolvidable sobre dos ruedas por el corazón verde de Alemania.
Nuestro diario de ruta familiar, un viaje inolvidable sobre dos ruedas por el corazón verde de Alemania.
Hay viajes que se quedan grabados para siempre, y nuestro recorrido en bicicleta por la Selva Negra, en el corazón de Alemania, es sin duda uno de ellos. La idea de hacer el primer viaje en bici, pedaleando los cuatro fuera de España era una cuestión que llevaba tiempo rondándonos la cabeza. Fueron días de esfuerzo y recompensa, de paisajes de cuento de los hermanos Grimm, ciudades vibrantes y, lo más importante, tiempo de calidad en familia, creando recuerdos imborrables a cada pedalada. Si estás pensando en una aventura sobre dos ruedas, te contamos nuestra experiencia etapa por etapa, siguiendo la ruta que nos llevó por algunos de los rincones más bonitos de esta región mágica, sólo os diré que ya hemos echado el ojo a otra ruta por la Selva Negra saliendo de Estrasburgo para otra ocasión
Nuestro viaje comenzó oficialmente cerca de la frontera suiza, utilizando la imponente y multicultural ciudad de Basilea como punto de partida. Aunque es una metrópoli importante, su centro histórico es un placer para recorrer a pie. Nos dejamos llevar por el laberinto de sus calles empedradas, admiramos la fachada de arenisca roja del Ayuntamiento, que parece sacada de una fábula, y nos divertimos un buen rato viendo como numerosos lugareños y turistas se dejaban llevar por las aguas del Rinh rio abajo, lo cual nos picó la curiosidad y lo dejamos como debe para otra ocasión. Basilea, con su mezcla de influencias suizas, alemanas y francesas, tiene una energía especial. Es el lugar perfecto para contagiarse de un espíritu cosmopolita antes de empezar a pedalear hacia la Alemania más rural.
Dejando atrás el bullicio, pusimos rumbo al norte siguiendo el curso del majestuoso Rin. El carril bici, perfectamente señalizado y casi siempre llano, discurre entre bosques de ribera y campos verdes, lo que lo hace muy seguro e ideal para los niños. Nuestra primera parada destacada fue Neuenburg am Rhein, un pueblo encantador que nos dio la primera muestra de la hospitalidad y la tranquilidad alemanas. Decidimos que era el lugar perfecto para pasar la noche, pero antes de cenar, nos dimos un merecido y refrescante baño en una de las playas fluviales del Rin. El agua estaba sorprendentemente agradable, y ver el sol empezar a caer de vuelta al hotel desde la Torre fue una forma inmejorable de terminar nuestra primera jornada ciclista.
La energía de Basilea para empezar la aventura.
El mejor final para el primer día de pedaleo.
Un paisaje llano y fértil antes de la montaña.
Los famosos Bächle, diversión para toda la familia.
A la mañana siguiente, seguimos avanzando entre extensos campos de cultivo, principalmente de maíz y cereales. El paisaje era una llanura fértil y apacible, pero al fondo, como una promesa de la aventura que nos esperaba, ya se perfilaban imponentes las montañas de la Selva Negra. Íbamos camino de Friburgo de Brisgovia, la capital no oficial de la región.
¡Qué ciudad tan llena de vida y con un ambiente tan joven y ecológico! Lo que más nos fascinó fueron los famosos Bächle, esos pequeños canales de agua cristalina que recorren las aceras del casco antiguo. Los niños no tardaron ni un minuto en comprar un barquito de madera para jugar en ellos. Según la leyenda, si metes el pie por accidente en uno, te casas con alguien de Friburgo. ¡Tuvimos que andar con cuidado!
Pasamos la tarde explorando la majestuosa Catedral (Münster), con su increíble torre gótica que se puede ver desde casi cualquier punto de la ciudad. La plaza que la rodea estaba llena de vida. Tuvimos la suerte de encontrarnos con un concierto de música clásica al aire libre, justo allí. Escuchar las notas de un cuarteto de cuerda con la imponente catedral como telón de fondo fue un momento mágico. Ese día, nos salvamos de empaparnos de milagro, porque el cielo estuvo amenazando con nubes oscuras y durante todo el día cayeron chaparrones intermitentes que nos obligaron a refugiarnos en algún café más de una vez.
Desde Friburgo, el paisaje empezó a cambiar radicalmente. Dejamos atrás el valle del Rin para adentrarnos de lleno en las colinas boscosas que dan fama a la Selva Negra. Dado que el día amaneció lloviendo con bastante intensidad y la etapa era la más dura del viaje, con un desnivel considerable, decidimos tomar una decisión práctica: coger el tren hasta Hinterzarten. Cargar las bicis en los trenes alemanes es sorprendentemente fácil y nos permitió disfrutar del ascenso cómodamente, viendo a través de la ventanilla cómo el paisaje se volvía más salvaje y montañoso. Una vez en Hinterzarten, el pedaleo se algo más exigente que los dias anteriores con algún repecho pero en general con bajada, pero cada subida merecía la pena por las espectaculares vistas de valles profundos y bosques de abetos.
Ya sobre las bicis, la ruta nos llevó al famoso lago Titisee, Este lago de origen glaciar es una de las grandes joyas de la Selva Negra. El agua, de un azul intenso y completamente transparente, está rodeada por un denso y oscuro bosque de abetos que parece abrazarlo. Aunque es una zona muy turística, con muchas tiendas y restaurantes, el entorno natural es impresionante. Para escapar un poco del bullicio, alquilamos un bote a pedales y nos adentramos en el lago, disfrutando del silencio y la paz que se respira en el centro. Es un lugar perfecto para hacer una parada, sentir el aire puro de la montaña y recargar energías antes de llegar a nuestro siguiente destino.
Y ese destino era Lenzkirch, un pueblo de montaña con el encanto típico de la región. Sus calles están flanqueadas por preciosas casas de entramado de madera, con tejados a dos aguas y balcones repletos de geranios de colores vivos. Encontramos una pastelería tradicional y, por supuesto, no nos fuimos sin probar una porción auténtica y generosa de la tarta Selva Negra (Schwarzwälder Kirschtorte). Con sus capas de bizcocho de chocolate, nata, cerezas y un toque de licor Kirsch, fue la mejor recompensa posible tras una jornada de bici y emociones.
Una ayuda para superar el tramo más duro.
El sabor más auténtico de la región.
Carreteras secundarias y carriles bici de ensueño.
Cruzar de Alemania a Suiza en un solo puente.
Después de tocar el corazón montañoso de la Selva Negra, iniciamos el descenso. Fue un tramo mucho más relajado y divertido que nos llevó de nuevo hacia el valle del Rin a través de carreteras secundarias y carriles bici que serpenteaban junto a pequeños ríos. El camino nos regaló paisajes preciosos y nos permitió descubrir pueblos sacados de una postal, donde el tiempo parece haberse detenido.
Una de las paradas más curiosas y memorables fue Laufenburg. Este pueblo tiene la particularidad de estar dividido en dos por el río: una mitad es alemana y la otra, suiza, unidas por un puente histórico de piedra. Pasear por su casco antiguo medieval, con sus torres, murallas y callejuelas estrechas, es como viajar en el tiempo. Cruzamos el puente varias veces, jugando a cambiar de país en cuestión de segundos
Nuestra última gran parada fue Bad Säckingen, una elegante ciudad balneario famosa por tener el puente de madera cubierto más largo de Europa. Su estructura es impresionante y se nos quedó en el debe cruzarlo en bici, ya que en ese momento había mucha gente paseando, pero sin duda debe ser una experiencia única. La ciudad es muy tranquila y agradable, con unos jardines preciosos junto al río y la imponente cúpula de la Catedral de San Fridolín dominando el horizonte. Fue el broche de oro perfecto para la parte ciclista de nuestro viaje.
Desde allí, no sin algún sobresalto, ya que la línea de tren que nos debía llevar de vuelta a Basilea estaba cortada por obras inesperadas, continuamos nuestro camino. Tuvimos que improvisar una ruta alternativa que incluyó un tramo en autobús y otro en un tren regional diferente, lo que añadió un toque de aventura imprevista al final del viaje. Finalmente, conseguimos cerrar el círculo y dar por finalizada una aventura familiar absolutamente inolvidable.
El icónico puente cubierto de Bad Säckingen.
El regreso a Basilea puso a prueba nuestra capacidad de improvisar.